No ha habido acuerdo para configurar gobierno. Habrá que ir
a nuevas elecciones. Pero no debería hacer de ello un drama. La
situación política que se ha generado en nuestro país es compleja; a las viejas
pero todavía vigentes dos españas, se les ha añadido el cabreo de la población
por la corrupción y mala gestión de la crisis, la percepción mucho paro y
pobreza en el presente y negros nubarrones para el futuro, el agotamiento del
modelo surgido de en la transición que alumbró la constitución del 78, el
ímpetu de los aires nacionalistas en Cataluña… Las elecciones del 20 de
Diciembre del año pasado, supusieron un revolcón importante al bipartidismo imperfecto
en que vivíamos, pero no cuestionaron de forma definitiva a los protagonistas
del mismo durante décadas. Las nuevas fuerzas políticas emergieron, pero no con el ímpetu suficiente para desbancar
claramente a las viejas, que continúan siendo mayoritarias. Sin embargo si que
se evidenció la voluntad de la gente para cambiar la situación, dejando al
Partido Popular como el más votado, pero
muy tocado y sin margen de maniobra para
liderar un gobierno. Dicho en plata, desde esa perspectiva el PP perdió las
elecciones sufriendo un varapalo y el Psoe quedó muy tocado con los peores resultados de su historia. Lo nuevo, Podemos y Ciudadanos nacían con fuerza en parlamento, pero lo viejo, PSOE y PP quedaban muy lejos de la muerte.
Había números para la configuración de una mayoría de
izquierdas, que desarrollaran muchas de las propuestas que, con alto grado de coincidencia, figuraban en sus programas electorales, contando con la abstención de los nacionalistas que no parecía
entrañar demasiados problemas ni requerir de concesiones inasumibles. Pero las líneas rojas
impuestas por el Comité Federal del PSOE llevaban a Pedro Sanchez a la
configuración de un puzzle prácticamente imposible, porque del tablero le
quitaban algunas de las piezas imprescindibles.
En este panorama
complicado, las fuerzas políticas han estado haciendo propuestas para la
configuración de gobierno, cada cual bajo sus intereses presentes y de futuro, aunque alegando el interés general del país, pero sin perder de vista lo difícil que se presentaba la tarea, así como las altas
probabilidades de que fuera necesario repetir las elecciones. Esto convierte una buena parte de la escinificación de las negociaciones, en
un teatrillo, en el que cada cual trata de legitimarse ante sus votantes, para
no perder plumas. Y de paso intentar pescar lo máximo posible entre los
votantes de los demás. Nada que no haya sucedido antes, aunque en escenarios
diferentes. Así el mayor esfuerzo del PP ha ido dirigido en un primer momento
contra Ciudadanos y posteriormente con fuerza contra PSOE, reivindicando la
gran coalición liderada por Rajoy. Los de Ciudadanos han cargado
prioritariamente contra el PP, exigiéndolo sacrificios que sabían eran
inasumibles por ese partido; mientras Rivera renegaba de cualquier acuerdo, más
allá del contenido, que diera carteras de gobierno a Podemos. Sanchez
haciendo encaje de bolillos, emparedado entre la posibilidad de ser investido
presidente y el riesgo de recibir un enorme sopapo desde los poderes fácticos
de su partido. Abandonar la reunión con los partidos de la izquierda, para
pactar un documento cerrado con Ciudadanos, en el que se desmantelaba una buena parte de las propuestas
programáticas de los socialistas estuvo, cuando menos muy feo, pero no parece
que fuera una jugada inocente ni improvisada, sino un intento de poner contra
las cuerdas a la izquierda, situándola ante la tesitura de optar por apoyar
“por el morro” la investidura de Sánchez o cargar con la responsabilidad de que
no se articulara una alternativa de gobierno a Rajoy de forma rápida. Los
dardos del PSOE van dirigidos fundamentalmente a Podemos con quien se disputa
en una franja del electorado socialdemócrata. Iglesias inició con fuerza el proceso, con un
alarde de torpeza y soberbia, que sirvió en bandeja la justificación de un veto desde el ala más “liberal” del
Psoe, barones y compañía. Podemos entró de lleno en el juego de los vetos, en
este caso contra Ciudadanos, negando cualquier posibilidad de acuerdo en el que
este partido pudiera estar, sin proyectar a la sociedad que podían explorar las posibilidades, basándose en las
propuestas programáticas y no en la contraposición derecha-izquierda que no
hace muchos ellos sostenían había que superar. El problema, para todos ellos, es que se les ha notado demasiado la sobreactuación, rayando el patetismo, bajo mi punto de vista, en más de una ocasión.
Es muy posible que nadie creyera demasiado posible la
consecución de un acuerdo de gobierno y, desde esta perspectiva, consideraran
más útil no perder demasiadas plumas entre la militancia partidaria y su electorado más consolidado, ante
la hipótesis más probable de una repetición de las elecciones.
Todo esto no debería ser causa de demasiado escándalo. Es
posible que sean dinámicas inevitables, en viejas y nuevas políticas, aunque se
producen en un escenario nuevo al que todavía no están adaptados ni los
partidos políticos ni los votantes.
Desde la izquierda, la fase depresiva en la que parecen
sumirse algunos, debería ser superada de forma rápida, dejando de trasmitir a
la sociedad la idea falsa del drama que
supone ir unos nuevos comicios en los que se exprese la voluntad popular. Desde
la normalidad hay que evitar la abstención que produce inducir más cabreo
innecesario, al menos por todo este lío, entre los votantes.
Hacen falta poner de nuevo en circulación propuestas ilusionantes y creíbles, al servicio
de los ciudadanos de este país. Y a
trabajar en serio para una correlación de fuerzas más favorable para las
izquierdas, o como quieran denominarlo, que permitan formar un gobierno que
introduzca un viraje a las políticas de este gobierno y contribuyan, también, a
una mejor correlación de fuerzas en la Unión Europea, donde se cuecen muchos de
los límites a lo que aquí se puede hacer.
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