
Nada va a seguir siendo igual en la configuración del mapa
político español. Los viejos partidos del bipartidismo van perdiendo fuelle. Y lo peor es que no parecen muy dispuestos a la autocrítica, al análisis de los
errores cometidos y a corregir mirando más a la gente de la calle. Una buena
parte de la población ya no traga con los argumentos de lo políticamente
correcto, lo políticamente posible, lo necesario de los sacrificios (para
algunos), etc.
La gente a lo
que aspira mayoritariamente, es a cosas tan
sencillas y pragmáticas, como tener un
trabajo con el que poder vivir razonablemente bien, sin agobios y sin tener que
aguantar arbitrariedades de sus jefes, poder disfrutar de un estado de
bienestar que garantice la salud, la enseñanza y una protección social suficiente
para cuando vengan mal dadas. Quiere que se despejen muchas incertidumbres de
futuro para ellos y sus hijos. Desea la certeza de que sus impuestos, los que
salen dolorosamente de sus bolsillos y que no son pocos para la gente de a pié,
sean gestionados con eficiencia y que no se vayan a calderadas por los muchos
sumideros de la corrupción. Les gustaría que la ley del embudo, lo ancho para
unos y lo estrechos para otros, se
cambiara o al menos que se matizara algo.
Hay mucha gente cabreada, con aspiraciones nada
revolucionarias, muy razonables, y que siente que la política tal y como hasta
ahora se venía desarrollando, es incapaz de cubrir aspiraciones tan modestas y
realizables.
Y mira por donde,
hemos tenido la suerte, la enorme suerte, de que el cabreo y frustración que se
ha generado, ha encontrado cauces en propuestas políticas nuevas que todavía
mantienen vivas ciertas expectativas. La apertura de nuevos canales democráticos por los que circulen las aspiraciones populares, que en caso de no existir, podrían discurrir hacia la abstención o, peor, a opciones autoritarias cuando no puramente fascistas, no debería generar malestar a los demócratas.
El Partido Popular y
el PSOE, en lugar de mosquearse tanto y cargar despiadadamente sobre sus nuevos
competidores, deberían asomarse al espejo con una mirada crítica, y
plantearse acometer cambios profundos en sus propuestas y en su forma de hacer…
si son capaces y están a tiempo de hacerlo.
La convergencia de Podemos e IU puede generar un revulsivo
ilusionante, puede consolidar voto, arrancar participación desde la abstención,
y atraer votantes decepcionados de otras opciones, o que simplemente están ya
hasta el gorro y quieren impulsar más velocidad al cambio. Si eso sucede, la
convergencia no debería olvidar que las razones para apoyarles pueden ser
tantas y tan variadas como votantes consigan sumar… y que en gran medida pueden
ser votos prestados, diversos e incluso contradictorios en su motivación, que deberán cuidar y no defraudar.
Por otra parte el PSOE se encuentra en una encrucijada difícil;
se encuentra en el riesgo cierto de ser sobrepasado por la nueva alianza de las
izquierdas. Si esto es así las posibilidades de una caída en picado, que
empeore todavía más la situación, son altas. Esperemos que no se sumen a la
vieja consigna, hace tiempo en desuso,
del fantasma del comunismo, ahora resucitada por la vieja y nueva derecha. La
cagarían. Porque los tiempos también están cambiando en eso. Solo algunos pocos
fanáticos pueden percibir al “comunismo” como una amenaza real para sus existencias e intereses.
Ojo, atención, el político
más valorado de este país, el joven Garzón, no esconde su condición de
comunista… es más la exhibe con orgullo. Y eso, a mi, no me parece mal, entre otras cosas por significar un mayor grado de madurez democrática.
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