martes, 17 de mayo de 2016

No estuve en el 15M.

24 Septiembre 2011. Asamblea de Vistalegre en Madrid. 

A cinco años de la eclosión social que supuso el movimiento de los indignados, tengo que confesarlo; yo no estuve ahí. He estado en otros muchos sitios, pero no ahí. 
 Se habla de esa fecha, con razón,  como un punto de inflexión a partir del cual muchas cosas empezaron a cambiar en España. Lo cierto es que las cosas han transcurrido a enorme velocidad desde que en 2008 se evidenciara con crudeza una situación de crisis económica, que ya enseñaba las orejas en 2007 y que además de desencadenar consecuencias muy duras para la población, está siendo utilizada como una oportunidad magnífica para introducir cambios en el modelo económico y social europeo, llevándolo bruscamente a otro con menos derechos laborales y protección social.
 En 2007 la tasa de desempleo era del 8,26%, y en el año  2010 alcanzó el 20,01%. Millones de personas fueron expulsadas de sus puestos de trabajo y viéndose con  dificultades para reengancharse al mundo laboral. En ese mismo período de tiempo los parados de larga duración pasan de ser en torno al 20% en a superar el 42% del total. Son muchas las personas que viven la desazón de quedarse sin la fuente del sustento de cada día y además  la desesperación de ver como pasan los meses, consumiendo prestaciones por desempleo y sin encontrar un trabajo. Y por añadidura empezando a intuir que la precariedad se estaba incorporando a sus vidas laborales con vocación de quedarse. Esto azota más a los más jóvenes. Los menos cualificados, que habían abandonado el sistema escolar ante la llamada de un empleo relativamente fácil en el sector servicios o en la construcción,  fueron de los primeros en sufrir las consecuencias. Pero los más cualificados, con más formación, vieron como sus expectativas de dedicarse profesionalmente a aquello para lo que se habían preparado durante largos años, se frustraban. Toda esta inseguridad e incertidumbres, lo más jóvenes es más que probable que no la vieran recogida ni por gobiernos, ni por los partidos existentes ni por los sindicatos.
Hay que recordar que en 2008, el PSOE con Zapatero al frente, ganó las elecciones con más de 11 millones de votos, superando el resultado de las anteriores.
Pero ganar no lo era todo. El desempleo crecía.  El déficit y la deuda pública no dejaban de aumentar. Pero en una perspectiva de recuperación económica a corto plazo, eso no parecía preocupar a demasiado Zapatero.
 En Mayo de 2010, la Unión Europea reorienta drásticamente las políticas económicas hacia la austeridad, tal vez valorando que la recesión estaba ya superada. Zapatero se sumó a la austeridad, aplicando recortes en el sector público, poniendo en marcha una reforma laboral regresiva y amenazando con una drástica reducción en las pensiones. El 29 de Septiembre de ese mismo año llega la respuesta sindical en forma de Huelga General; los datos sobre el alcance de la misma son variables, dependen de las fuentes. La huelga vino precedida de una intensa actividad sindical en las empresas, que supuso un desgaste para el PSOE, que ya empezaba a visualizarse como un partido de recortes.   Los paros fueron importantes en algunos sectores industriales y de servicios  y aunque no se trasmitió la sensación de paralización del país, la jornada culminó en multitudinarias manifestaciones sumaron millones de personas en decenas de ciudades.  Huelguistas o no, parados, jubilados, amas de casa… se lanzaron a las calles aquel 29S en una muestra inequívoca de profundo malestar con las políticas del gobierno PSOE. Se palpaba la indignación que las políticas de la Unión Europea y su seguidismo por parte del gobierno de Zapatero estaban generando
La huelga general y sus movilizaciones no se tradujeron en una rectificación de las políticas del gobierno. Las conversaciones posteriores de los sindicatos con el gobierno, consiguieron matizar las pretensiones de este último de reducir las pensiones alargando la edad de jubilación  hasta los 67 años. Las personas con más años de cotización, las más mayores, las que constituyen la mayor base social de los sindicatos,  seguirían jubilándose a los 65 años y se abrían las puertas a jubilaciones anticipadas a los 61 y 63 años. Pero para eso, los sindicatos tuvieron que retratarse firmando un acuerdo que, en  su valoración global, suponía lanzarle al sistema de pensiones un buen bocado a corto plazo y generando una sensación de desamparo a largo plazo entre los trabajadores jóvenes.  En ese contexto les resultó muy difícil a los sindicatos explicar las bondades de su gestión del mal menor así como un coste en imagen y en capacidad de convocatoria movilizadora. El paso por la gatera de ese acuerdo, aún consiguiendo parar algunas de las  pretensiones del gobierno, hizo que los sindicatos perdieran mucho pelo.
La sociedad seguía viva y la indignación creciente. La crisis ya no era solo económica. La decepción, el desapego, el cabreo,  que ya se había estado cocinando desde hace tiempo, a fuego lento, en la olla de presión, se aceleró.
Mucha gente empezó a cuestionar la utilidad de las instituciones democráticas hasta ese momento existentes para encauzar sus inquietudes, sus incertidumbres, su necesidad de que cambiara el rumbo de las cosas. La dureza de las políticas y la evidencia de una corrupción muy extendida, hacía que todo lo institucionalmente existente se percibiera, no solo como inútil para aportar soluciones, sino además como parte del problema. Mucho más allá del mayor o menor grado de espontaneidad en la organización de las movilizaciones del 15M, lo cierto es que el eco que encontraron en muchos sectores de la población, entre otros los jóvenes, fue sorprendente para algunos.  Pero el “no nos representan” no era un lema involucionista que cuestionara la democracia en si, sino que señalaba las insuficiencias de la democracia “representativa” y clamaba por ensanchar los cauces de participación.
Las acampadas, manifestaciones, cercos al Congreso y Parlamentos autonómicos, escarches y otras nuevas formas de protestas, generaban preocupación… Pero era hermoso ver como multitudes de jóvenes abandonaban su ensimismamiento para sumarse a la protesta colectiva, empujando con ilusión para que las cosas cambiaran, para que otro mundo fuera posible.
Yo no participé en el 15M, aunque me considero partícipe de un  movimiento de indignados, mucho más amplio y plural, con origen muchísimo anterior a esa emblemática fecha y, junto a otras muchas personas, activista en el día a día en contra de las políticas con las que castigan a las clases populares y a favor de cambio drástico de la situación. Un nuevo mundo se puede estar gestando. Si nace, no será en parto fácil. Y creo que necesario un reconocimiento mutuo entre las gentes luchadoras del 15M y otras muchas que durante muchos años no dejaron de estar en la pelea y en ella siguen, aún soportando ese injusto calificativo de viejuno que algunos pretenden asimilar a una cuestión meramente de edad.  La buena noticia es que algo de eso ya está pasando.
Que conste, no estuve en el 15 M. Pero fue una magnífica movida que está trayendo consecuencias positivas.

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